Etiquetar, nuestra prisión favorita

Estamos en la epoca de las etiquetas. Etiquetar es el deporte de moda. El “trend”. Hashtags para arriba y para abajo, hashtags con los que nos encerramos y limitamos. Hashtags con los que hacemos mundos oscuros y amargos. Hashtags para reírnos y para llorar.

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Nahual Spirit. Colección privada de Andrés Herrera González.

Las etiquetas (Estos prejuicios de papel amarillo) nos aprisionan tanto como nos justifican.

Siempre me gustó un poema de la magnífica Tatiana Lobo que decía “Me gusta que me llamen puta, porque entonces puedo hacer el amor con quién me dé la gana”.

A la hora de ver la frase de cerca, sin embargo, lo que veo es la justificación perfecta para hacer lo que, de todos modos hago.

Me aguanto el dolor del rechazo que conlleva la etiqueta de puta y con ése dolor pago mi libertad.

¿Es en serio? Si, es en serio.

La etiqueta me justifica, me guía, me protege. Todos hemos vivido en closets hechos de etiquetas. Nos pusieron etiquetas cuando éramos niños, seguimos creyéndolas voluntariamente y las defendemos como a la vida: “Soy desordenadx” “Soy inconstante” “Estoy locx”.

(Un paréntesis válido: No necesitás la etiqueta para definirte. Sos lo que sos, y en éste mundo interconectado, estás haciendo lo mejor que podés. En serio.)

Las etiquetas además de cuarteles defensivos, son prisiones voluntarias. Nos persiguen, nos culpan, nos castigan. Nos torturan. Nos pueden matar.

Y con base a éstas etiquetas que nos definieron y con las que definimos al resto del mundo, juzgamos lo injuzgable: al ser humano.

Transformamos al otro y a nosotros mismos en etiquetas. Con base a ellas, nos alejamos, o nos acercamos. Con base a ellas atacamos, con base a ellas matamos. Nos volvemos islas rodeadas por mares de “post-it”.

Cerramos puertas y, quedamos prisioneros en la imposible soledad de la defensa total.

#sontodosunosidiotas #malvados #gentetoxica #zorra #playo #tortillera #terco #gentetonta #soyelmejor #soylamejor #hijueputa

Obviamente que, en una utopía a la que no hemos llegado, las etiquetas van a caer.

Todas.

Digo, evidentemente: ¡Están cayendo frente a nuestros ojos! Las ponemos y se caen viejas y gastadas porque están perdiendo la goma.

Pero tenemos que entender que si queremos, todos, liberarnos de las etiquetas, de los prejuicios y todas ésas yerbas… Si. Tenemos que ser los primeros en dejar de etiquetarlo todo.

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“Puntos de Vista”. Dos cuadros de 20×20. Acrílico sobre lienzo. A la venta.

Y sí, inevitablemente para dejar de etiquetar, hay que quererse mucho, porque lo único que atacás es lo que odiás en vos. Si soltás la etiqueta de la frente del otro, desaparece la tuya. Y entra la Paz.

(“El cambio de percepción cambia la visión”, decía Thomas Kuhn).

Y había otro mae -conocidillo- que decía “por ver el zacate en el otro no ves la viga de tu ojo” ¡Tenía razón! ¿Querés conocerte?

Ve las etiquetas que le ponés a los otros. Ahi estás vos definido/a.

Mi universo es un enorme espejo de lo que creo que soy.

Y tu universo es un enorme espejo de lo que creés que sos.

Si se sueltan las condenas, nos liberamos ambos. Es así de sencillo.

No porque un dios nos lo imponga. No porque Jesús, Buda o Pacha Inti nos lo recomienden… ¡Mae! Es que la cárcel que no nos deja ser felices, son nuestros juicios, condenas y castigos.

El infierno son los otros” decía Sartre — en un contexto que no conozco, valga decirlo- ¡No! El infierno son las etiquetas que le clavamos a los otros -que vienen de las que ya nos pusimos a nosotros mismos-.

Ahora, si, todo muy bien. ¿Y qué se supone que haga?

Porque si mi tía es tóxica (Y tóxica es un juicio y una etiqueta), y me alejo por eso, ¿me le tengo que volver a acercar?.

No tenés que hacer nada. Nada de nada. Sólo abrirte a la posibilidad la siguiente vez que la veás de que, ella no sea “tóxica”. Echale una miradita. Nada más. Y si lo que ves te asfixia, cerrate como una almeja.

Todo bien. (Si tenés terapeuta, lo hablás en la próxima sesión. Al rato y salen cosas interesantes)

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Y como muestra, cuento una historia (y lanzo un mensaje a la web, de paso).

Tengo un amigo, a quién quiero profundamente.

Una de esas personas con quién abriste una conversa que sólo parece extenderse a lo largo de los años. Nos reímos mucho juntos, viajamos, lloramos y en general nos hicimos felices mutuamente. Una relación sin sexo, pero poblada de amor. Y sin embargo sí, a él le puse la etiqueta de “tóxico” hace muchos años a raíz de repetidas agresiones en incontrolables ataques de ira.

Cada vez que pienso en volver a contactarlo, la etiqueta se me atraviesa y me defiende. “Y se me pasa”.

No sé si ya fue a terapia, no sé nada de él desde hace muchos años. No sé si ha cambiado en su médula, lo único que puedo hacer es desear que esté bien y asegurarle si me lee, que lo quiero muchísimo.

¿Soltar la etiqueta? Por un segundo quizás. Sólo para asomarme a ver si la de “agresor” ya no está justificada.

Es mi prerrogativa hacerlo o no.

(¿Este es un mensaje? Si, y no. Si lo es, es para una persona específica. Pero si vos no sos esa persona específica, es una historia, que contiene si, un mensaje.)

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Arbol de Vida. Foto por Gustavo Mora. Colección privada de Marina Rivera.

Ante todo, tratarte con cariñito. Tu bienestar, y tu paz mejoran el metro cuadrado en que vivís y desde el que iluminás a tu universo.

Si no podés manejar el dolor que te causa lo que ves, todo bien. Alejate. Sin culpas (Que no sirven para nada).

Pero no te cerrés -y te encerrés- a la primera y sin justificación a punta de etiquetar al Universo.

Soltá las etiquetas ajenas, las de la publicidad, las de los chismes. Soltá las etiquetas que ni sabés que tenés puestas. Revisá lo que pensás de éste y de aquella. Cuestioná todas las etiquetas. Cuestioná lo que creés que sabés de los demás.

Dejá de asumir y dejá de interpretar. Date un chance por un día.

Hacé la prueba. Observá tus etiquetas por un solo día. Y ve cómo te sentís. Al rato y sacás algo.

Soltáte por un día. Caé tranquil@. No hay suelo.