El arte es sólo un instante. Eso es todo.
Es un momento en el oído de una ola que interpretamos como música, es una pieza de decoración que nos llama la atención y que sólo puede abarcar un punto a la vez. Si a un artista le va muy bien, se convierte en un objeto de colección. Inútil y sin propósito. A lo más que llega es a ser un item de colección, en un museo, o una sala para recibir las visitas.
¡Y sin embargo! Y, sin embargo, se pagan millones por obras de tal o cual artista. El arte es un símbolo de estatus, una forma de demostrar que puedo permitirme el precio de tener una «obra original» colgada en la pared.
¿No es fascinante?
El arte no sirve para nada y, sin embargo, es caro. Y un signo de cultura, sensibilidad y conocimiento. Se supone que a la «gente culta» le gusta el arte… ¿No es así?
¿Por qué un conjunto de elementos tan inútiles sigue prosperando en los peores tiempos? ¿No te lo has preguntado? Yo me lo estoy preguntando desde que empecé a pintar.
¿Por qué nos fascina?
Además, ¿por qué sigo creando arte, tanto si la gente lo compra como si no?
Es una pregunta que siempre me he hecho seriamente. Me hago la pregunta ahora que mi arte está escondido en mi casa, y cuando veía a la gente asombrada ante él en la galería, me la hago mientras escribo esto… ¿Por qué nos fascina la creatividad? ¿Qué tiene la expresión artística que nos llega tan hondo?
En este momento, me pregunto: ¿Para qué escribo… si los que me leen ya saben de lo que hablo, y a los que me gustaría hablar no les interesa? ¿Por qué sigo escribiendo, por inútil que sea?
¡Y lo que es peor! ¿Por qué pinto? ¡Tan caro como es! Aunque me esfuerzo, no veo su utilidad en la vida cotidiana.
Quiero decir, hago arte, un esfuerzo totalmente desechable y prescindible Y sin embargo… No ha habido un solo día en los últimos nueve años en que pintar no se haya sentido tan necesario como respirar.
Es inexplicable, indescriptible. No hay nada en el tiempo/espacio que se le pueda comparar y, sin embargo, todos lo hemos experimentado alguna vez. Incluso si no sos un «artista oficial» (yo no soy un artista «oficial» porque no tengo un título de una academia o universidad, ¡ojo!).Lo has sentido, aunque sea mínimamente, en el ritmo juguetón de una canción o una mirada en una fotografía que te atrapó.
Por qué… ¡Oh! ¿Por qué? Puede que tenga una explicación.
El arte es la comunicación más pura del Misterio con el Espíritu humano.
Nadie puede describirlo, nadie puede encapsularlo. Y todo artista sabe en el fondo de su corazón, contra la resistencia de su ego, que tiene poco o nada que ver con su obra. Simplemente atraviesa el silencio de nuestras manos, de nuestros dedos, de nuestros cuerpos, y estalla en millones de pedazos que nunca llegaremos a comprender.
Nadie conoce el alcance de la influencia de su presencia en el planeta. Sin embargo, el toro de Altamira lleva miles de años guiñándonos el ojo sin necesitar nada de su artista.
Repito: nadie sabe el alcance de la influencia que su presencia tiene en el planeta.
Conocemos algunos, desde Platón hasta Mozart. Los nombres nunca son importantes. De hecho, el ser humano detrás del artista nunca lo es. Lo trascendente es siempre el mensaje.
Lo esencial del arte es su comunicación con lo inefable. (Para quienes no sepan lo que significa «inefable», es una bonita palabra dominical para describir lo que ni siquiera puede imaginarse).
El arte habla directamente a tu espíritu. Y la mayoría de las veces, no tienes ni idea de lo que está diciendo, pero te cambia por dentro, dejándote asombrado, conmovido y maravillado. Lo sublime y lo grotesco por igual.
Se comunica a través del tiempo y el espacio. No es algo que el artista pueda captar. Está ahí, a pesar de los números y las estadísticas, a pesar de las guerras y el terror, a pesar del brutal aburrimiento de la comodidad. Está ahí, hablándonos a través de Beethoven y Metallica, de Kandinsky y del griego que pulió la Venus de Milo.
Estaba ahí, en cada paso de baile de Isadora Duncan, todo desapareció en la bruma del tiempo, e inesperadamente lo encontraremos en la plataforma común de todos los mortales. En el instante infinitesimal de un acorde o una palabra hablada que mueve algo, que crea un revuelo. ¡O alegría, o lo que sea!
Está ahí, a través de cualquiera que lleve su pasión como estandarte y se permita estar en un estado de asombro permanente.
Está ahí.
Como siempre es todo. Habla con nosotros.
Se extiende como la hiedra y lo cubre todo a las mil maravillas.
Al final, los artistas son como niños a los que les encanta jugar sin parar. Y tal vez, sólo tal vez, sólo seamos mensajeros de Otra Voz, recordando a todo el mundo la importancia absoluta de divertirse.
🙂