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Parque Morazán

La realidad paralela del Parque Morazán: «Marcela»

«Marcela» es un símbolo, pero también es real, de carne y hueso, esto es un llamado de auxilio de alguien que sabe que no sabe y quiere ayudar.

Desde Agosto del año pasado vivo en el Edificio Solera Bennett, frente al Parque Morazán. Todos los días, religiosamente me siento al amanecer a escribir mi diario, medito, leo el Curso, veo por la ventana.

Es una ventana interesante por decir poco. Diagonal al ahora Aurola Marriott, todas las mañanas veo llegar a los tours que van a Isla Tortuga y a Tortuguero, me recuerdo a mi misma mi historia como guía, un tatuaje que llevaré hasta el último de mis días en mi alma. Veo a Interbus, y otro montón de buses, microbuses y carros de todo tipo color y sabor bajar y subir pasajeros sin parar durante toda la mañana.

Así mismo, veo y sufro los camiones que llegan a dejar diversas mercancías a la Musi, acá abajo.

Veo a las patrullas y sus requisas, a los que esperan los carros que los llevarán a sus trabajos e inevitablemente veo a los indigentes. Estos seres humanos que todos vemos y  nadie ve. Esos a los que les damos el regalo arrogante de nuestra compasión cuando no el de la directa molestia, por sus actitudes, sus olores, su suciedad continua, y la terrible tristeza que habita en sus rostros como escupiéndonos que también son de los nuestros. Humanos. Y como tal espejos de realidades que no queremos admitir… (¿o si? ¿Quién soy yo para decir que vos no los admitís?)

El Parque Morazán es una realidad paralela, es como un juego de los Sims, en el que todos, inevitablemente somos “NPCs” (Non playing characters, o sea… extras.). Lo que sea que yo piense de la gente que está abajo está forzosamente equivocado. Lo único que veo es lo que pienso yo. Entonces, habiendo dicho eso, quiero hablarles de “Marcela”.

A “Marcela” la vi por primera vez poco después de llegar acá. Una mujer bonita, caminando descalza, con unas sandalias en la mano, a las seis de la mañana; pelo largo, rizado suave, con un tinte desgastado pero presente, algo rubio todavía. De alguna forma la percibí contenta, ¡sólo Dios sabe porqué! La vi unas horas después comprándose una cerveza en la Musi. Pensé que sería una chica de fiesta esperando a alguien o algo para irse a casa.

Eso pasa acá en el Morazán cada tanto. Alguien se viene con un six pack, o una birra solitaria y se sienta por ahí, a pasarla, con amigos o en silencio.

Pero “Marcela” se hizo cotidiana. Por eso le puse nombre, para distinguirla del resto.

Cada tanto aparecía, con una voz algo pituda, pidiendo un cigarro a algún peatón fumador. No me di cuenta de que era indigente hasta semanas despues de estarla viendo. No es la clásica. Ese es el punto. No tiene la cara demacrada de los piedreros, ni la abotagada de los borrachines, es una mujer sana, robusta, bonita. No es ni siquiera delgada, tiene sus curvotas. Si se vistiera y arreglara podría arrasar en cualquier parte.

Yo le puse “Marcela” dentro de mi propio cuento.

Un día en Noviembre desapareció, no la vi más por varios meses.

En ésos días algunos piedreros acampaban en la fuente seca del parque, y muchísimos policías comenzaron a llenar las calles diciembrinas.

Creo que fue en Enero que reapareció. Con el pelo corto. Era como si viniera a pasar el día al parque. Se paseaba entre los pequeños praditos recibiendo sol como Diógenes, durmiendo más horas que un bebé recién nacido.  Fumando a ratos, sentada en otros. Muchas veces sólo contemplando al vacío.

Por algunas semanas, la vi conversar con diferentes personas. Alguien paraba en una moto y le daba cigarros en las mañanas. Otro le dejaba un desayuno de cuando en vez. Creo que en ése tiempo ella dormía en alguna parte.

Hace unas semanas me propuse saber más sobre ella porque algo cambió y duerme acá, a la intemperie. Si no llueve en cualquier esquina seca del parque; cuando estamos de aguacero, se acomoda a un costado del hotel.  Interesantemente se va a ratos y vuelve con otra ropa, trapo más y trapo menos.  A veces parece que está bien, otros días es como si la Vida la hubiera atropellado con saña y rencor.   Orina donde sea, lo otro detrás de cualquier arbusto.

He pensado por semanas en llevarle esto o lo otro. Me detengo.

A veces me he pateado a mi misma por ésos impulsos de salvadora de la humanidad. He aprendido la lección y bueh, aquí estoy escribiendo, porque al rato y alguien sabe cómo la podemos ayudar en serio.

Dicen los de la Musi que al principio ella entraba y todo funcionaba muy bien, pero a ratos se ponía muy agresiva y la han tenido que ir quitando a veces a la fuerza de la puerta desde la que oteaba a los clientes y lo que fuera. (De nuevo ¿Qué sé yo que busca esta chica?)

A veces vienen grupos humanitarios y le dan de comer.

El domingo, alguien que esperaba un transporte se le acercó, le habló, le dio algo y la abrazó con tal ternura que se me vinieron las  lágrimas. Nunca sabré quién era esta mujer maravillosa, pero el regalo no sólo se dio a ésta pobre mujer abandonada por la vida.

Hay quién le da agua, permiso de quedarse bajo un techo, y un tostel de cuando en vez, pero nada temporal parece realmente ayudar.

“Marcela” tiene algún trastorno mental serio. No me atrevo a diagnosticar nada por supuesto. Pero que lo tiene lo tiene.

A veces la vemos pelear, cantar, gritar. Pero usualmente duerme y duerme y duerme, todo el día y toda la noche.

Huele a una depresión terrible. Pero no lo sé.

Entonces, lanzo la pregunta: ¿Hay algo que se pueda hacer por esta mujer?

¿Hay alguna institución que pueda recoger la estafeta de este llamado y darle lo que necesita? ¿Tratamiento? ¿Derechos Humanos? ¿Derechos de la Mujer?

Aquí se las dejo.

Obviamente que no voy a poner una foto de ella. Pero si alguien puede hacer algo para sacarla del infierno diario de las calles, basta con venir al Morazán del lado del Solera Bennett. Raramente no está acá.

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