Con alguna creciente frecuencia vienen turistas a mi casa/estudio. Guías conocidos, amigos, traen a sus pasajeros a ver mi estudio de arte en San José, y de paso, el Morazán desde otra perspectiva. Siempre es una experiencia satisfactoria, compren o no. Y cuando compran, ¡Uf! ¡Me ayudan un montón!
A veces pasa también, que un guía me llama puntualmente porque hay un pasajero o pasajera que quiere comprar arte.
Esta pintura tiene una historia muy singular, sin embargo. Se unieron eventos, personas y situaciones para que los involucrados la pudiéramos vivir a corazón abierto. Y creo que ninguno de nosotros sabe aún todo el alcance de lo que pasó.
Voy a contar mi versión, porque es la que tengo. La versión en la que Natalie, Jorge, y hasta mi amiga Noelia, -que estaba de visita cuando le di la obra a Nat—, fuimos tocados por esta sarta de coincidencias y la inefable conexión que se dio ahí.
La Experiencia
Jorge Montero es un muy buen guía. Lo vi comenzar hace más de una década en Golfito, y de ese entonces a hoy, lo he ido observando, mejorándose, buscando respuestas, investigando, aprendiendo como si en eso se le fuera la vida. Apasionado feroz de este trabajo que a veces se siente como una condena, pero que visto en retrospectiva es una maravilla, Jorge es de esas “Rara Avis” que da sangre, sudor y lágrimas para que sus pasajeros experimenten viajes magníficos.
Hace unos días me mandó un mensaje diciéndome que tenía a una pasajera que quería comprar arte original de Costa Rica y que si podía traerla al estudio. Le contesté afirmativamente, por supuesto. Le pregunté de paso si había algo en su viaje, o en Costa Rica que tuviera un mayor significado para ella. Es y no es, un “sales push”. Sencillamente que si encontramos algo que tenga mayor significado, y el pasajero compra, todos ganamos. Suele suceder, con todo, que vienen por el perezoso y se van con un mono, o similares.
Entonces Jorge me contó que Nat, (inglesa, para mayor contexto), vino a Costa Rica a dejar una parte de las cenizas de Ollie, quien fue su compañero de vida, su mejor amigo y su amor por años. Añadió también que sabía que a ella le gustaba el color naranja, y que iba a averiguar si había algún animal o algo que ella quisiera.
Pero en cuanto él me comentó las circunstancias, lo que se me vino a la mente, diáfana, fue un Fenix. En ese momento el pensamiento no tenía justificación alguna, pero he aprendido a seguir mi intuición casi ciegamente. Le conté a Jorge lo que pensaba hacer y me pasó un corazón y una carita de “Sin palabras”.
La pintura salió sin esfuerzos en un tiempo récord. Me sorprendió muchísimo verla en neón. Tiene una cualidad intensa, de verdadero fuego interno. En el pecho un 8, el símbolo del infinito. Este Fenix está entregado a su transformación, y profundamente confiado en su resurrección, le observás una paz indefinible. Es un símbolo de renacimiento, de nuevos comienzos, de soltar y reiniciar.
La hice en un lienzo sin bastidor, lista para ser empacado.
Por fin llegó el viernes, Transitarte comenzaba y había mucha gente y ruido en el Morazán. El ambiente de fiesta reverberaba en San José.
Natalie y Jorge vinieron a mi estudio de arte en San José.
Al presentarnos, me llamó la atención que Nathalie tenía una pequeña pluma guindando en su cuello. Cualquiera que me conozca un poquito sabe que las plumas tienen un significado personal desde siempre. Lo dejé pasar.
Hablamos un poco de su viaje y demás. Me contó de Ollie, que había muerto recientemente, y de cómo había dejado parte de sus cenizas en uno de los puentes de mi amado Monteverde. Segunda coincidencia, y vamos contando.
La pintura descansaba en el caballete a la vista. Entré en el tema.
Le comenté que Jorge me había contado la historia y que lo que se me había venido a la mente cuando me la dijo había sido un ave Fénix. Le dije que no era un “sales push” porque en realidad, si ella no lo quería, había otras pinturas que le podía mostrar y, bueh, “la hablada del no compromiso”.
En el momento en que Nat vio la pintura, se le llenaron los ojos de lágrimas. Me dijo que hacía unos días, una terapeuta alternativa le había hablado de renacimientos, justamente. Y que le puso la mano en el pecho, diciéndole que veía un inifnito, un 8.
La llevé a verla bajo la luz UV, el símbolo del infinito brillaba en el pecho puntilloso del ave. La luz la envuelve, llena de calor. El Fénix cierra los ojos y los párpados se llenan del resplandor de las llamas.
Mi firma es una O, como la inicial de Ollie. Su color era el azul, como el del ave Fénix. Su número era el 4, como el día en que nací. Mi firma, de hecho, es 024, por lo menos este año. Le comenté lo que significaban las plumas para mí, y Monteverde, que es el hogar de mi corazón.
Sé que si uno se pone a buscar coincidencias, las encuentra. Pero en todo esto hubo un aire de misterio inefable.
Le dije el costo de la pintura, sin embargo, también le dije que me podía pagar lo que quisiera por ella, o no pagarme nada. Realmente sentí como si Ollie en persona me hubiera ordenado esa pintura para Nathalie, personalizada hasta el último detalle para que ella pudiera renacer libremente.
Mientras lo escribo, se me llenan los ojos de lágrimas. Hubo una conexión ahí que habita en El Misterio (con mayúsculas). Más fuerte que cualquier palabra, más allá de coincidencias, de alguna manera, Todo nos unió a varios completos desconocidos en este himno a la Vida y al Amor en serio.
Hoy Nathalie me envió las fotos de la pintura enmarcada en su casa en las afueras de Londres. Aquí las pongo.