El Parque Nacional de Manuel Antonio y su región circundante son uno de los destinos turísticos más completos de Costa Rica. Cuenta con hermosas playas, una vibrante selva tropical, abundantes avistamientos de fauna salvaje y una magnífica selección de alojamientos, actividades, restaurantes y otras experiencias para cualquier viajero.
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Estamos en la época de las etiquetas. Etiquetar es el deporte de moda. El «trend». Hashtags para arriba y para abajo, hashtags con los que nos encerramos y limitamos. Hashtags con los que hacemos mundos oscuros y amargos. Hashtags para reírnos y para llorar.
Las etiquetas (Estos prejuicios de papel amarillo) nos aprisionan tanto como nos justifican.
Siempre me gustó un poema de la magnífica Tatiana Lobo que decía «Me gusta que me llamen puta, porque entonces puedo hacer el amor con quién me dé la gana».
A la hora de verla frase de cerca, sin embargo, lo que veo es la justificación perfecta para hacer lo que, de todos modos hago.
Me aguanto el dolor del rechazo que conlleva la etiqueta de puta y con ése dolor pago mi libertad.
¿Es en serio? Si, es en serio.
La etiqueta me justifica, me guía, me protege. Todos hemos vivido en armarios hechos de etiquetas. Nos pusieron etiquetas cuando éramos niños, seguimos creyéndolas voluntariamente y las defendemos como a la vida: «Soy desordenadx» «Soy inconstante» «Estoy locx».
(Una paréntesis válida: No necesitarás la etiqueta para definirte. Sos lo que sos, y en este mundo interconectado, estás haciendo lo mejor que podés. En serio).
Las etiquetas además de cuarteles defensivos, son prisiones voluntarias. Nos persiguen, nos culpan, nos castigan. Nos torturan. Nos pueden matar.
Y con base a estas etiquetas que nos definieron y con las que definimos al resto del mundo, juzgamos lo injuzgable: al ser humano.
Transformamos al otro y a nosotros mismos en etiquetas. Con base a ellas, nos alejamos, o nos acercamos. Con base a ellas atacamos, con base a ellas matamos. Nos volvemos islas rodeadas por mares de «post-it».
Cerramos puertas y, quedamos prisioneros en la imposible soledad de la defensa total.
#sontodosunosidiotas #malvados #gentetoxica #zorra #playo #tortillera #terco #gentetonta #soyelmejor #soylamejor #hijueputa
Obviamente que, en una utopía a la que no hemos llegado, las etiquetas van a caer.
Todas.
Digo, evidentemente: ¡Están cayendo frente a nuestros ojos! Las ponemos y se caen viejas y gastadas porque están perdiendo la goma.
Pero tenemos que entender que si queremos, todos, liberarnos de las etiquetas, de los prejuicios y todas ésas yerbas… Si. Tenemos que ser los primeros en dejar de etiquetarlo todo.
Y sí, inevitablemente para dejar de etiquetar, hay que quererse mucho, porque lo único que atacarás es lo que odiarás en vos. Si soltás la etiqueta de la frente del otro, desaparece la tuya. Y entra la Paz.
(«El cambio de percepción cambia la visión», decía Thomas Kuhn).
Y había otro mae -conocidillo- que decía «por ver el zacate en el otro no ves la viga de tu ojo» ¡Tenía razón! ¿Querés conocerte?
Ve las etiquetas que le ponés a los otros. Ahi estás vos definido/a.
Mi universo es un enorme espejo de lo que creo que soy.
Y tu universo es un enorme espejo de lo que creés que sos.
Si se sueltan las condenas, nos liberamos ambos. Es así de sencillo.
No porque un dios nos lo imponga. No porque Jesús, Buda o Pacha Inti nos lo recomienden… ¡Mae! Es que la cárcel que no nos deja ser felices, son nuestros juicios, condenas y castigos.
«El infierno son los otros» decía Sartre -en un contexto que no conozco, valga decirlo-. ¡No! El infierno son las etiquetas que le clavamos a los otros -que vienen de las que ya nos pusimos a nosotros mismos-.
Ahora, si, todo muy bien. ¿Y qué se supone que haga?
Porque si mi tía es tóxica (Y tóxica es un juicio y una etiqueta), y me alejo por eso, ¿me le tengo que volver a acercar?.
No tienes que hacer nada. Nada de nada. Sólo abrirte a la posibilidad la siguiente vez que la veas de que, ella no sea «tóxica». Echale una miradita. Nada más. Y si lo que ves te asfixia, cerrate como una almeja.
Todo bien. (Si tenés terapeuta, lo hablarás en la próxima sesión. Al rato y salen cosas interesantes)
Y como muestra, cuento una historia (y lanzo un mensaje a la web, de paso).
Tengo un amigo, a quién quiero profundamente.
Una de esas personas con quién abriste una conversa que sólo parece extenderse a lo largo de los años. Nos reímos mucho juntos, viajamos, lloramos y en general nos hicimos felices mutuamente. Una relación sin sexo, pero poblada de amor. Y sin embargo sí, a él le puse la etiqueta de «tóxico» hace muchos años a raíz de repetidas agresiones en incontrolables ataques de ira.
Cada vez que pienso en volver a contactarlo, la etiqueta se me atraviesa y me defiende. «Y se me pasa».
No sé si ya fue a terapia, no sé nada de él desde hace muchos años. No sé si ha cambiado en su médula, lo único que puedo hacer es desear que esté bien y asegurarle si me lee, que lo quiero muchísimo.
¿Soltar la etiqueta? Por un segundo quizás. Sólo para asomarme a ver si la de «agresor» ya no está justificada.
Es mi prerrogativa hacerlo o no.
(¿Este es un mensaje? Si, and no. Si lo es, es para una persona específica. Pero si vos no sos esa persona específica, es una historia, que contiene si, un mensaje).
Ante todo, tratarte con cariñito. Tu bienestar, y tu paz mejoran el metro cuadrado en que vivís y desde el que iluminás a tu universo.
Si no podés manejar el dolor que te causa lo que ves, todo bien. Alejate. Sin culpas (Que no sirven para nada).
Pero no te cerrés -y te encerrés- a la primera y sin justificación a punta de etiquetar al Universo.
Soltá las etiquetas ajenas, las de la publicidad, las de los chismes. Soltá las etiquetas que ni sabés que tenés puestas. Revisá lo que pensás de éste y de aquélla. Cuestioná todas las etiquetas. Cuestioná lo que creés que sabés de los demás.
Dejá de asumir y dejá de interpretar. Date un chance por un día.
Hice la prueba. Observá tus etiquetas por un solo día. Y ve cómo te sentís. Al rato y sacás algo.
Soltáte por un día. Caé tranquil@. No hay suelo.
Escribir para vivir. Vivir para comunicar.
Escribir para vivir. Eso era lo que quería cuando estaba carajilla, escribir y viajar. Y un día se me atravesó el turismo y viajar reemplazó con su pie ligero pero definitivo, la intención creativa de escribir historias y pasé a contarlas en un micrófono por décadas.
Vivir una vida tranquila
Vivo una vida bonita. Muy tranquila. Donde quiera que la viva… Digo, no porque haya elegido vivir en la montaña es que vivo una vida tranquila.
Vivo una vida tranquila porque a estas alturas del partido ya me di cuenta de que el noventa por ciento de las cosas, eventos y circunstancias que quise para mi vida no fueron ni significativas, ni importantes. Tal vez sólo para él momento específico, para la necesidad a la que respondían.
Mis sueños, mis deseos
Y luego de cincuenta y siete vueltas, ya me di cuenta de que me engaño casi siempre con mis sueños y mis deseos…. Como todos.
Creo que es para allá y cuando llego allá, termino suspirando, acodada y aburrida. La sensación no era la que había imaginado. Casi nunca lo es. Con alguna frecuencia me pasa que los sueños logrados no me hicieron tocar el cielo. Fueron los que fueron.
Porque al final, los sueños han sido míos. De mi para mi.
Y he logrado montones de sueños, pero realmente muchos. Chiquititos y grandes, planeados o no.
Y los sueños logrados como el dinero, si, bonitos… No es que no. Pero no llegan al vuelo, se quedan ahi, como dando brincos entre las ramas. Bonitos. Si. Pero jamás sobrepasan las nubes.
No es cosechar sueños como tildes lo que busco. No a estas alturas de mi vida.
No quiero una lista de cosas para hacer, zanahorias para seguir.
Tampoco me quiero quedar ahi, \»comfortably numb\», viviendo en el paraiso terrenal de turno, leyendo como siempre, libros, peliculas y a la vida. Evitando los relojes, como el Capitán Garfio.
Y entonces, a güevo, llega la pregunta: ¿Para qué putas sirvo a estas alturas del partido?
Digo, si.. Sigo escribiendo, sigo pintando, sigo haciendo cosas y creando vainas todo el tiempo, pero es que, inevitablemente llegué a la pregunta porque en serio que ya poner check marks en una lista no me está siendo suficiente.
Sé que tengo mucho que aprender todavía. Pero más allá, me pregunto por las personas que no conozco cuyas vidas cambiarán por cruzarse conmigo. Así como mi vida cambiará sólo por cruzarse con ellos.

A estas alturas del partido, a mis cincuenta y siete escribo, hablo, pinto. Me comunico. Eso es lo que sé hacer. Eso es lo que he hecho desde antes de tener uso de razón.
¡Y bueh! Acá estoy comunicándome.
Entonces decidí hacer esta pequeña revista digital en la que irá de todo, como en mi Tiktok. Un día una anécdota sobre una reina francesa, otro día una historia sobre el funcionamiento de la mente.
¿Qué gano? Lo que yo gane, individualmente, en serio que no tiene la menor importancia. Los sueños individuales dejaron de ser relevantes porque no son más que zanahorias para el burro.
Hace muchísimo tiempo aprendí que mi felicidad me muestra el camino para el que elegí esta vida.
Escribir para vivir. Vivir para comunicarme.
Y comunicarme me hace muy feliz. De la forma que sea. Y de repente le puedo ser útil a alguien que está esperando justo la palabra que yo diga cuando la diga, en el lugar que la diga.
No me toca a mi decidir el tempo de esta música. Tampoco quiero crear un personaje uera de lo que soy en este mismo instante, o en el que sea. No me interesa tener un monigote al que tener que obedecer, ni con quién ser coherente.
Ante todo tengo un compromiso sobre cualquier cosa con mi paz, mi alegría y mi libertad. Lo que sea que obstaculice eso, se va. Y no hay discusión posible.
Entonces le pido a mi público me disculpen la inconstancia. Sólo soy constante conmigo misma a estas alturas del partido.
Como siempre, gracias por leerme.
Los nombres de las pinturas, un asunto a veces confuso.
El asunto de los nombres de las pinturas es que, una vez que le das un nombre, le metiste, inadvertidamente una historia. Lo querrás o no.

Los nombres de las pinturas son sumamente importantes o completamente intrascendentes… ¿A qué voy con esta contradicción? Pensemos en una pintura conocidísima… El Grito, del pintor noruego Edvard Munch y juguemos un rato…

La poderosa imagen que ha llegado a ser tan común para nosotros que hasta emoticón tiene en el diario WhatsApp, nos cuenta el dramático relato de un grito. Un grito que no sabemos porqué fue. Un grito que sólo nos remite a un momento que parece ser terrible, brutal.
Y sin embargo, ¿qué pasaría si «El Grito» de Munch se hubiera llamado «El gato se comió el pastel de bodas»?
¡El gato se comió el pastel de bodas! ¡Oh, no! Y entonces podríamos ponerle detrás que el que grita es el hermano de la novia… ¡O! Mejor aún, el organizador de bodas. Es la mañana de la boda, vienen los invitados ahi nomás….
Si te abres lo suficiente a ver la misma obra con diferente nombre te darás cuenta de que, no sólo se ve distinta y observas detalles que de repente no habías contemplado. Podrás ver cómo cambia tu percepción frente a tus ojos.
El asunto es que el arte es comunicación. Los nombres de las pinturas son historias por si mismas.
Los significados nos cuentan historias. Las historias que nos creemos, que aprendemos, que incorporamos a nuestras vidas.
Y el rollo es que, yo como artista, no sé, en buena lid, qué te estoy contando. Y lo más simpático de todo, es que con frecuencia, tampoco lo sabes tú.
Sentimos cosas. Nos comunicamos en una dimensión sin palabras, sin ruido. Los sonidos del silencio en el arte son quizás los verdaderos motivos por los que el arte nos mueve tanto.
Definir en palabras las pinturas que pasan a través de mi es encerrarlas en significados que no sé si tienen, porque, en el silencio, las palabras son vanas. No tienen sentido.
Quisiera liberar la mente de quien las observa, soltarla a ver lo que le de la gana ver. Y sin embargo, ¡Wow! ¡Ojo la trampa del ego acá! Porque entonces creo que el mensaje no puede venir en palabras…
(Interesante esto de escribir pensamientos, es como un juego de ping pong con el teclado y la Mente que lo Es todo. )
Pues bueno, entonces si. Los nombres de las pinturas tienen el significado que les queramos dar al final. Lo que une la percepción, al final es lo que lo maneja Todo.
Pienso en el Grito de Munch, y me doy cuenta de que por mucho que abra la mente, nunca podrá ésta imaginar todas las conexiones que hicieron, en el tiempo/espacio y en mis neuronas, que Edward Munch y no otro estuviera aquí y ahora en mi mente contando la historia de la boda de su hermana. (Eso último es mentira… broma, broma…)
La mente no vive en el tiempo. El tiempo es una ilusión. Como los nombres de las pinturas… como las pinturas y todo lo demás.
El tiempo está aquí. El lugar es ahora.
La paz es aburrida… ¿En serio? Nahhhhhh
La paz activa, la paz aventura, la paz triste, la paz feliz, la paz aquí y ahora. Encerramos a la paz en una nube aburridísima y la paz es libertad pura. La verdadera paz es la completa confianza en la vida, la que nos permite vivir sin miedo.
Cuando era niña existían los cromos. No sé si existirán aún, la verdad. Eran papelitos que tenían un lado pintado con imágenes bonitas, o caricaturas. Habían unos de querubines. Ángeles que eran sólo cabeza y alas. Y brazos, si. Porque habían unos acodados en las nubes y tannnnn aburridos. Creo que de ahi me viene que la paz se me haya antojado francamente aburrida.
Y estaba radicalmente perdida al pensar esto.
Lo que pasa es que confundía lamentablemente la paz con pasividad. Y la pasividad es una yerba bien distinta.
¡Esa si es aburridísima!
Veamos las definiciones:
Y de las más de diez definiciones de la RAE, comento la que se acerca a nuestro tema:
Virtud que pone en el ánimo tranquilidad y sosiego, opuestos a la turbación y las pasiones.
Desde donde yo la veo, en mi universo personal, la paz lo reúne todo: La alegría, la libertad, el amor, y si, una tranquilidad absoluta sobre cualquier resultado.
El asunto de vivir en paz es mucho más que estar acodados en una nube viendo la vida pasar. Vivir en paz presupone estar en libertad, asumir responsabilidades cuando se tienen, darle campo a la alegría y especialmente al perdón.
Pero también presupone que si me enojo, o quiero gritar, llorar o tengo cualquier emoción que no me haga feliz, también puedo estar en paz con eso. No dejarme llevar por las guerras internas y externas, ver sus causas, buscar los diálogos que me lleven de vuelta a la tranquilidad si eso quiero. Pero ante todo es vivir sin miedo. Eso es todo.
Y vivir sin miedo no es poca cosa cuando hay una matrix interna que se dedica completamente a convencernos de que todo siempre está hecho mierda.
Y ¡No! Estamos rodeados de profunda belleza, hay más amor en una unidad del metrobus de lo que jamás podríamos contemplar. El rollo es que seguimos pensando que la individualidad es real y ¡claro! En lo individual, pues si, todo está incompleto.
Pero cuando te das cuenta de que todos somos UNO. De que todo es UNO. Te das cuenta de que en serio no hay nada que temer. Nada, nunca. La Vida no se detiene. No para y, especialmente no muere.
La Paz es la profunda creencia en que la Vida no puede ser amenazada y la aceptación profunda de que somos UNO.
De éso se trata no tener guerras internas. De no tener miedo. Nada más.
La Paz es la completa ausencia de miedo. En todas las circunstancias, sin importar las apariencias.
¡La utilización del miedo no es tampoco ser idiota!
El miedo es una sensación física (Bioquímica) que nos alerta ante un peligro. El problema es que los peligros que imaginamos son muchísimos más que los que realmente nos amenazan. Pero estamos tan alertas todo el tiempo que es imposible pensar que vivir sin miedo es una posibilidad real.
Te hago pues las preguntas… ¿Sabés a qué le tenés miedo? y, más importante aún… ¿Por qué?
En el \»para qué\» están las justificaciones, de lo que te agarrás para decirte que está bien tener miedo. Que el miedo es importante. Que es tu amigo.
Revisar… Al rato y sos mucho mas libre de lo que pensás.
Y quizás ya estés en paz.
Y yo… ¿Qué hago aquí? La historia de la cuenta-historias
Yo cuento historias. ¿Qué le hago? Lo he hecho desde siempre. Tal vez porque aprendí a leer muy temprano en la vida y la casa paterna estaba cubierta de libros de piso a techo y en mi familia, digamos que bueh, había que leer, a güevo.

Y entonces aprendí a relacionarme con las historias y a interpretar el mundo desde ellas. Aprendí a contarme historias como buena Sapiens y a creérmelas. Por ejemplo, me conté la historia de que yo había sido víctima de vainas, me la creí y viví resentida por un buen tiempo, con mucha gente si, pero sobre todo conmigo misma.
Al final de lo único que fui víctima fue de mi fértil imaginación y la necesidad de ser una heroína épica que sufriera en esta vida.
¡Ojo! No minimizo algunas circunstancias dolorosas que sucedieron en mi infancia. El problema fue que estas circunstancias las convertí en armas contra mi misma.
Si querés leer la historia completa anda por acá: ¡Salgámonos del closet de una vez!
El asunto es que no importa lo que te suceda en la vida, el asunto es cómo lo interpretas, y los niños, esos maravillosos contadores de cuentos, con frecuencia nos vemos a nosotros mismos como los malos de la película y los culpables de todas las tragedias.

¿Por qué hablo, a mis casi 57 años, como si aún fuera una niña? ¡Uy! Porque en mi hay una niña indudablemente que con frecuencia está al mando. (Si no fuera así no lograría pintar sin aburrirme).
Y bueh, es que además están las novelas, y las telenovelas, y las series, Netflix y los juegos, todos están repletos de historias con héroes \»sufridos\» -y estoy siendo amable- . Un héroe feliz, que la lleve suave y que no tenga algún problemita de estrés ¿Tiene gracia? ¡Cero gracia!
Entonces bueh, todo esto para decir que me conté un montón de historias y me hice algo adicta a ellas.
Desde muy pequeña aprendí a contarlas, y pasé veinticinco años como guía de turismo, contando historias de un lado al otro de mi hermoso país.
Pero es que a los turistas hay que atenderlos ¿ves? Y bueh, yo tuve cinco hijos y un día me harté de atender gente.
No me malentiendas, no era la madrecita sacrificada que sufría horrores para criar a sus hijos… Pero si. ¡Jaja! Ahora me río mucho pero por mucho tiempo sufrí porque elegí sufrir. Digo, en buena lid no pasó nada realmente horrible, pero si los sufrí, a los turistas y a los hijos.
Y bueh, un día dejé de guiar y otro les dije a mis hijos que me iba de la casa. (La historia es más compleja pero no tengo mucho tiempo y qué pereza contarla toda).
Me conseguí una terapeuta, le dije que quería paz 24/7 y que no iba a soltarla hasta que lo lograra.
Y bueh, pasé 7 años sanando, a lo bestia. De todo. Lloré horrorosamente, perdoné y me perdoné cientos de historias, aprendí a meditar, me abrí a viajar de muchas formas, hice Curso de Milagros a diario, pinté y pinté y pinté, creí que era hora de levantar vuelo y la Vida me devolvió a mi tierra de un pandemiazo, y pasé un par de años más metida en la montaña.
Y un día llegó la posibilidad de viajar, y México de nuevo, y todo se acomoda para que mis pinturas y mis palabras salgan a la luz y ¡Bueh! Tengo que salirme de nuevo del armario, una vez más.
Voy a explicar esto antes de que se vuelen por donde no es… ¡No, no soy les! Me encantaría pero no. Pero quiero darme permiso para hablar una vez más, como cuando escribí el de \»Salgamos del Closet de una vez».
Que soy una señora rara haciendo el ridículo en tiktok… ¿Eso es lo peor peor que puede pasar? Ah ok, entonces de la mano de mi Yo Mayor, voy a seguir hablando. :=)
La inspiración artística, una maravilla venida desde la unidad.
La inspiración artística es un misterio, una pregunta sin respuesta posible. Un ámbito mágico en el que el tiempo para y entra información que antes no estaba. ¿De dónde viene? ¿Para qué? Veamos a ver si nos contesta…

La inspiración artística es una experiencia. Todos la hemos vivido, aunque seas contador y creas que en ti no hay un gramo de artista. Sin embargo, ¿No hay un momento en que estás metido/a en una tabla de excel y el mundo desaparece entre números, coherencias y columnas? La clave es ésa: El mundo desaparece.
Se resume maravillosamente en la película Amadeus cuando Mozart luego de un conflicto familiar re-entra a seguir componiendo y todo el ruido externo es reemplazado maravillosamente por los acordes de su música.
Desde donde yo lo veo, la inspiración artística está anclada en que el sistema del que somos parte es mucho más grande que la suma de sus partes. O sea, puesto en algo comprensible, yo estoy escribiendo para quiénes necesiten saber esta información. Nadie está solo nunca. Eso es imposible. La individualidad es un mito de los sentidos.
No somos individuos, aunque vernos en cuerpos nos haga creer lo contrario.
Y aquí termina. Ahgh. Faltan palabras para lograr el ranking… ¿Viste? Este es un excelente ejemplo.
Todo me impulsa a escribir más. No me queda de otra. Las reglas están hechas de tal forma que no puedo ni queriendo, saltármelas. Entonces sigo.
La inspiración artística fluye cuando te callas. Cuando la mente individual deja de gritar y la mente total se comunica sin siquiera hacer el menor ruido. Fluye como agua venida de la única fuente de la que viene todo. Llámalo como quieras. Da igual. Y da igual si crees en ella o si crees lastimeramente que tu pequeñez en serio puede crear belleza.
El personaje jamás crea nada. El personaje puede recibir los aplausos y creérsela. Pero en el fondo, todo artista sabe que la inspiración artística libre y genuina está más allá del tiempo, el espacio o las pequeñas victorias o pérdidas humanas.

Vincent Van Gogh, por si mismo no tiene la menor importancia. Si se enfermaba, si le gustaban las rubias o si tenía callos en los pies es completamente irrelevante para su maravilla.
Era un tipo que se invisibilizaba para traernos belleza que nadie en su época podía comprender pero que nos enseña, a través del tiempo y el espacio que la belleza y el movimiento son capaces en el lienzo más tieso del mundo. Un artista es un tomador de dictado, eso es todo.
Soltarse en la inspiración significa soltar el control, dejar de pensar, y de sentir, es meterse de cabeza en los colores, en las letras, en lo que está pasando en el momento presente… Ya luego verás, ya luego leerás. No tenés idea. Todo a la venta. No se entiende, sólo sos un instrumento de la vida para decir lo que sea que la vida quiere que digas.
El mensaje es una flecha y el artista el arquero. No somos capaces de ver desde nuestra pequeñez adónde va a caer lo que lanzamos. Es posible que alguien lo reciba, en alguna parte. Para algo.
No tenemos ni idea. Y esa es la maravilla. No necesitamos saberlo.
Van Gogh sólo vendió una pintura en toda su vida. La gente y los que manejaban arte le decían que lo que hacía no tenía sentido alguno, que es francamente feo.
Vincent nunca supo lo que su pintura le hizo al arte, pero entendíamos sobre todo, que Vincent, el hombre, el personaje no era para nada importante. Sólo su arte lo era, y ése no era de él.
¿Golpe para el ego? ¡Sí!
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