Pinto para comunicarme. Lo que siento dentro es inmenso, luminoso y a veces inexplicable, y sólo el arte me permite sacarlo y compartirlo. Cuando pinto, no me centro en la obra acabada; dejo que mis manos sigan el ritmo de mi mundo interior mientras escucho historias, música o documentales. De este modo, mi universo personal -lleno de emociones, recuerdos y sueños- se convierte en colores y formas sobre el lienzo. No busco entenderlo todo, sólo dejar que la inspiración fluya a través de mí.

Mis cuadros están habitados por remolinos interminables, siempre en movimiento pero inmóviles en el momento presente. En ellos encontrarás animales de selvas tropicales, jardines secretos, paisajes surrealistas y visiones que parecen imposibles. Juego con el puntillismo, con los fractales y con la ilusión del color que cambia con la luz, invitando al espectador a descubrir algo nuevo cada vez.

Quiero que mi arte evoque el Silencio, ese Silencio profundo donde pueden surgir las verdaderas preguntas y sus inevitables respuestas. Mi proceso creativo es sagrado: no puedo negociar mi inspiración ni mi forma de crear, porque perdería su magia.

No me considero diferente ni especial. Sólo soy otro ser humano, que expresa y comunica lo que no puede decir de ninguna otra forma. Soy un círculo vacío, una conciencia que percibe y se pregunta, y todo lo demás es un misterio.