Olga Sáenz

"Es imposible vivir en Costa Rica y no ser una amante de la naturaleza. Estamos rodeadas por ella, incluso en las ciudades. Todo es fértil, todo crece intensamente... ¡Pura Vida! Me convertí en guía turística naturalista en 1988, y desde el principio estuve inmersa en las selvas tropicales y su belleza caótica. Recuerdo, a principios de los años 2000, ver una brillante flor rosa en un árbol en el Parque Nacional Tortuguero. Recuerdo pensar que desearía ser pintora para capturar ese brillante destello de rosa en medio del océano verde de la selva. Unas semanas más tarde compré mi primera cámara. Y me enamoré de la idea de la fotografía. Capturar esas imágenes sutiles y casi secretas que yacen invisibles ante nuestros ojos se convirtió en una obsesión. Sí, el hermoso pájaro, pero yo estaba más interesada en el pequeño espacio entre las plumas. Sí, la increíble flor, pero estaba enamorada de la textura aterciopelada de su polen. Aprendí a descubrir la vida a través de un 70-300. En este mismo período compré un caballete y algunos lienzos y pinturas y comencé a intentar pintar. Intentar es una gran palabra para eso. Todo lo que hacía era absorbido por la generosa amnesia del tiempo y rápidamente decía que 'La fotografía es el pincel para aquellas que no tienen talento para pintar'.

Muchas cosas sucedieron y tal vez escribiré sobre ellas en un futuro inexistente, pero por ahora, simplemente me gustaría decir que perdí mi cámara, y así mi amor por ser guía turística. Cambios... ya sabes... En 2014, ocurrió un renacimiento en mi vida.

Me estaba preparando para volar lejos, ya que mis hijos estaban creciendo independientes y yo estaba buscando la libertad de las responsabilidades, y una soledad que podría haberse convertido en una profunda soledad. Vivíamos en un edificio de apartamentos art-deco en el centro de San José y lo había pintado todo de blanco.

Los gatos que vivían con nosotras seguían empujando puertas y saltando por las ventanas y yo estaba volviéndome loca limpiando sus huellas. Así que decidí ir a una tienda cercana de artículos para niños y compré algunas pinturas y hice una especie de garabato sobre las oscuras huellas de patas. Y luego hice otro, y uno más.

¡Disfruté tanto que pinté todas las puertas y marcos de ventanas del apartamento y se veía genial! Así que pinté un mural en mi dormitorio... ¡y bueno! Eso fue todo, ¡no más paredes ni ventanas... ¡compré un lienzo entonces! Y un caballete unas semanas después. No he podido parar desde entonces. Pintar se convirtió en algo así como respirar. Ahora, nunca he tomado una sola lección de pintura en mi vida.

De hecho, no sé cómo pintar, en términos de técnicas o incluso pequeños consejos. Sin embargo, he encontrado un pequeño secreto que puedo compartir... ¡Cuanto menos involucrada esté mi mente en la pieza que estoy pintando, mejor! ¡Así que aquí estoy! Pintando durante nueve años sin parar y extremadamente agradecida por esta sorpresa que la Vida tenía para mí y que me convirtió en una sorpresa tardía.